Él estaba cansado de empacar sus sueños, sus deseos y toda la belleza que aquella lejana juventud le había prometido, en aquella cartera vieja y sucia que lo acompañaba día tras día.
Dejándose a la merced de la soledad rutinaria, respiraba un aire de muerte que lo avejentaba cada día un poco más.
La esperanza no fue suficiente, jamás, para ser, para creernos vivos. No pudimos siquiera actuar un poco de felicidad para engañarnos.
Su mirada es fría, pero no lo suficientemente cruel. No tiene más fuerzas.