Ella está seduciendome. Hace años posó sus duros y fríos ojos sobre mi débil confianza. Sabe como destruirla, y me gusta.
Quiero dejarla, me está lastimando. Duerme todos los días de mi vida en mi cama, y suele quitarme el sueño cada vez que lo decide. Ella es silenciosa y, por momentos, hermosa.
Me promete belleza, pureza y perfección, pero no hace más que cansarme, hostigarme y oprimirme. Aún así, es la poseedora de mi corazón y alma. Dándole aliento a mis palabras, ideas y formas a mi rutina, doblegándome a realizar acciones que me debilitan.
Por momentos, hace llorar a mamá y a mis hermanos, quienes no son capaces de entenderlo, quizás están más desconcertados que yo. Pero, honestamente, dejó de importarme... Ella me obligó.
Nos encontramos en secreto a diario, aunque a veces desista, pero ella es más fuerte que mi voluntad. Y sabe como tratarme, sabe todo lo que merezco.
Ocupa mis pensamientos y, cuando me hace accionar, también se lleva mis fuerzas. Por eso, quiero que se vaya, quiero liberarme del peso de su dulce y dolorosa compañía. Ya no puedo seguir sus reglas, simplemente me está matando.
No puedo liberarme su triste secuencia, de la presión que ejerce en mi pecho. Y luego, el ardor que produce en mi garganta, de los ojos inyectados en sangre, seguidos por lágrimas y, finalmente... Paz.
Estoy enamorándome de nuevo de su rota apariencia, de sus falsas promesas, de su dolor. De mí dolor.

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