Podríamos decir que estás lo suficientemente ciego como para no darte cuenta de la cantidad, ya innumerable, de cosas que están pasando frente a tus pequeños ojos. No sólo las ignoras, sino que te convences de que todo está bien, mientras dejas que se destruya el mundo que habíamos creado para ambos. Aunque, si nos ponemos a pensar bien, nunca fuimos sólo nosotros, ¿no?
Qué idiotas que fuimos al dejar que lo nuestro se convierta en rutina. En ésta angustia precaria y de rutina, que ya no vale la pena llorar.