[...] Y, sin más medidas de tiempo, sin más distancia entre nuestros cuerpos, él miró mis ojos fijamente. Sostuve su mirada la cantidad de segundos que me fue posible, ya que ésta era tan dulce y perspicaz que me intimidaba. Era magia. Estábamos creando magia, a nuestra forma, adecuándose a nuestro tiempo, a nuestra perfección y a aquella sensación de júbilo y calidez que me inspiraba sostener su rostro a centímetros del mío.
En cuestión de segundos, el miedo y la angustia de rutina que me acompañaban hace años, se habían esfumado [...]